Todos hemos procrastinado alguna vez, pero solo algunos nos identificamos como procrastinadores empedernidos. Estos últimos somos los que sentimos que es parte de nuestra personalidad y aunque lo odiamos, seamos honestos, muchas veces hemos decidido aceptarlo y tomarlo como excusa. ¿Te identificas con alguna de estas frases?:
Como siempre, lo dejé para el final
Soy incapaz de ponerme a hacerlo
Si mañana trabajo 8 horas seguidas lo saco (tarea que inicialmente habías programado para hacer durante 3 semanas y se entrega en 2 días)
Te prometo que esta vez sí lo tengo a tiempo
Mil disculpas pero de verdad no he tenido tiempo (has terminado 2 series en los últimos 5 días)
Pero los procrastinadores solemos tener una súper cualidad: ¡somos muy optimistas! Es típico que subestimemos el tiempo que una tarea nos va a llevar, que creamos que de verdad los siguientes días vamos a trabajar el triple para compensar y que podemos asumir mil tareas a la vez. Lamento informarte que ese optimismo juega un papel de ‘villano’ en esta historia porque no te permite hacer un plan realista. Sin embargo, hay otras dos claves que hablaremos más adelante.
Antes que nada, conoce el ciclo vicioso de la procrastinación:
(1) Primero, te comprometes a una tarea y haces un plan optimista para llevarla a cabo sintiendo así optimismo y motivación. (2) Sin embargo, cuando llega el momento de empezar sientes incomodidad (pereza/flojera, ansiedad, agobio, miedo) y desmotivación. Como no te gusta esa sensación (3) decides escapar distrayéndote con algo - redes sociales, televisión, llamadas u otra cosa productiva (convenciéndote de lo necesario que es) como limpiar, cocinar, otra tarea más agradable, ir al súper- sintiendo así alivio temporal.
(4) Te odias por no haber empezado y te castigas ya sea con tus palabras de desprecio ‘eres inútil, no puedo creer que hiciste esto otra vez’ ‘hoy no sales a pasear’ como si fueras una madre o padre regañando. Ahora sientes decepción, culpa y rechazo. (5) Te propones un horario un poco más estricto para compensar el tiempo perdido y como método de castigo. Probablemente sientes superioridad moral (la madre o el padre orgulloso y firme) y un poco de optimismo porque esta vez sí lo vas a conseguir. Pero también sigues sintiendo decepción.
Al día siguiente se repite la historia, y cada vez el horario es más estricto y menos realista. (6) Al final te sientes completamente desmoralizado y cuando por fin lo haces, o de plano no lo hiciste, te lo has vuelto a confirmar: eres un procrastinador empedernido.
En este relato de los hechos, ¿qué hizo la autocrítica por ti? Parece que no sirvió de nada. Sí, te castigaste un poco y te sentiste ‘responsable’ al rechazar tu conducta, pero ¿qué solucionaste? ¡Nada! Volviste a dejarlo para el último minuto.
La realidad es que la autocrítica es un método de escape ante la culpa y la decepción. Esa superioridad moral que adoptas cuando te criticas te hace sentir que estás haciendo algo respecto a tu ‘mal comportamiento’.
El problema es que no te estás permitiendo sacarle ventaja a la emoción. La culpa y la decepción son tan desagradables porque su misión es hacerte ver que no estás siendo fiel a tus valores. Y ese es el castigo en si: no haber cumplido tu meta. Es duro pero es verdad.
Clave uno: si asumes la culpa y la decepción estás asumiendo tu ‘castigo’ que, como mencionamos antes, es el hecho de no haberte acercado a tu meta (lo que en verdad te importa). La autocrítica disminuye tus ánimos y te lleva a tomar medidas desde el enojo, sin darte oportunidad de hacer un análisis objetivo de lo que sucedió y cómo prevenirlo.
La propuesta: permítete sentir esas emociones con autocompasión.
Ya fue (o más bien ya no fue), ya pasó el día y no lo conseguiste. Respira profundo y en lugar de centrarte en los pensamientos autodestructivos céntrate en lo que sientes. Reconoce que eres humano e imperfecto por default, está bien. Ahora, céntrate en encontrar la solución.
¿Recuerdas por qué no comenzaste?
Antes de empezar sentiste incomodidad (pereza, ansiedad, agobio, miedo) y por consecuencia desmotivación. Estas emociones te están diciendo que probablemente hay otra cosa que preferirías hacer en ese momento, o te indican que lo que te vas a poner a hacer supone cierto reto y te has intimidado. ¿Y si la próxima vez te permites sentir estas emociones, pero trabajas a la vez?
Clave dos: Existen emociones que buscan una recompensa a corto plazo y otras que buscan una a largo plazo. Por ejemplo, la pereza la ‘evitas’ no poniéndote a trabajar y eso te da placer a corto plazo, mientras completar una meta te va a dar satisfacción a largo plazo. Las emociones que buscan gratificación a corto plazo también desaparecen solamente a corto plazo.
La propuesta: pregúntate si vale más la recompensa a corto plazo o la recompensa a largo plazo. Una vez que empieces a enfrentarte a estas emociones 'incómodas' descubrirás que no eran tan graves como parecían y te sentirás más fuerte la próxima vez.
En pocas palabras te recomiendo que:
Dejes de hacer planes muy optimistas. Sé realista con lo que puedes hacer y cuánto tiempo te va a llevar. También conoce en qué horarios trabajas mejor y cuál es tu ritmo.
Intentes no hablarte de manera destructiva y castigarte.
Te propongas enfrentarte a estas emociones desagradables a corto plazo.
Antes de posponer una tarea re conectes con tu meta final y la emoción que conseguirás al final (la de largo plazo).
Estas técnicas han cambiado mucho la relación que tengo con el trabajo y mis responsabilidades. Conocer tus emociones y saber qué necesitas hacer cuando las sientes te ayuda a gestionarte de manera efectiva. Pero lo que más me ha ayudado, es tratarme con autocompasión y dejar de asumir que soy una procrastinadora empedernida… soy Paulina y algunas veces procrastinaré, pero otras muchas no lo haré.
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